De todo lo imaginado desde que tiene memoria, mirando el cielo con los ojos cerrados, anhela cuando espera en las noches sempiternas, caricias de madera de sus dedos de roble, dedos dueños de azules flores con olor jazmín, dedos que un día sintieron carne, rosácea carne que a su vez fue señora de blancos huesos tornados en leña tallada, herida.
Pero hoy, de ese cielo de ojos cerrados, de hogueras y nubes, deja de llover en la memoria para volver al bosque, de donde fuimos, de donde somos, donde los dedos volverán a ser ramas, y las hojas y flores, carne y huesos.
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